miércoles, 30 de junio de 2010

El chico

Con aire tranquilo, fundido en la suave melodía de aquello que pasó hace siglos, como las notas que bailaban en aquel cubículo cuadrado, o de lo de hace tan solo semanas, el chico se afanaba, a veces con añoranza, otras con resuelto desprendimiento, a recoger todo lo que le había acompañado durante su vida en soledad. Él consigo mismo, no le hacía falta nada más. Armoniosos movimientos meditados, como todo lo que hace: pensado, madurado y conscientemente llevado a cabo.

Huele, suspira, mira hacia un rincón, vuelve a oler, sonríe y dobla cuidadosamente aquello que había pertenecido durante un tiempo a alguien especial. El momento y el lugar precisos: sentimientos encontrados tras vueltas y vueltas de incomprensión y necesidad de respirar bocanadas de aire puro, sincero y limpio, transparente y sano, curativo: renovador. Casi parece entrar una corriente de este nuevo aire fresco en el a estas alturas ya abarrotado cubículo veraniego.

El chico ultima los detalles, para, piensa de nuevo, se revuelve inquieto y duda. Una mirada tierna, no sin cierta tristeza, pero feliz como un niño en el fondo, anuncia lo que sabe que tenía que pasar: sólo queda esperar para descubrir el final de esta historia, que cambia dependiendo de la página por la que decide seguir leyendo.

La Bolita

Redondito como una de las pelotas con las que juega. Movido, incansable, CHILLÓN. Mezcla de inocencia y agudeza, vivaracho hombrecito pequeño con ansias de altura, pero ingenuidad de dibujo animado. Como el Correcaminos al que tanto admira se pierde entre serios gigantes, envuelto en su halo de juguetona felicidad.

Barcelona bajo tierra

Era un día caluroso de principios del verano barcelonés. Fuera, el sol derretía a todo el que se atreviera a pasear por sus calles inundadas de abrasante luz mediterránea. Por debajo, la doble vida de sus gentes: un rebaño aparentemente ajeno, enfundado en trajes de labor cual camaleones visiblemente integrados, se arrastra más despacio de lo acostumbrado por los túneles ventosos, protegidos de lo que les espera afuera. Unos leen; otros, los menos, escriben algo, pero raras veces hablan. Sus miradas perdidas delatan su ausencia de este mundo y hacen jirones sus disfraces perfectamente confeccionados.
Un pitido anuncia el final de mi camino: me arrastro y me fundo como una más en el cansino rebaño veraniego

sábado, 5 de junio de 2010

Eixt

No podía irme a la cama tranquila sin mencionar algo del extrañísimo día de hoy buscando un pueblo que es, pero que no es. Hasta el punto de presentarse Antena 3 a ver qué era eso y, sin quererlo, meterme en un fregado tremendo y aparecer en un reportaje, en el informativo de las 9, exclusivamente dedicado al hallazgo de mi amigo David. En fin, un día laaaargo laaaargo del cual ya hablaré mañana. Demasiadas emociones en un mismo día que debo dejar reposar sobre mi almohada.
*De momento, si alguien quiere puede ver el reportaje aquí

miércoles, 2 de junio de 2010

Cambio, pero no corto

Echando la vista atrás (no demasiado), veo que la finalidad para la que creé este blog ya se ha cumplido. He de decir que he acabado cogiéndole el gustillo a esto de compartir con vosotros esas cosas que me chocan de mi día a día, me gustan, o incluso me fastidian. Yo, la anti-blogs que iba a cerrar éste en cuanto acabara con mi cometido, he cambiado de idea. Supongo que dejaré de hablar de temas demasiado trascendentales para acabar llevándolo todo a mi terreno (aunque quién sabe, según me vaya el día), pero mientras sigáis dispuestos a confiarme vuestras experiencias, y a escuchar las mías, mi cajón de sastre seguirá abierto a todas vuestras inquietudes. Espero que sea como el bolso de Mary Poppins y se llene, se llene, sin apenas darme cuenta, pero nunca se sobre. Gracias, lectores y amigos.

Cambio, pero no corto.

Beauty and the beast

Hoy me he acordado de un chiste o algo por el estilo que me contaron una vez sobre cierta modelo y Einstein. La modelo bromeaba con lo perfectos que podrían ser sus hijos (de tenerlos), teniendo en cuenta su belleza y la inteligencia de Einstein, a lo que él le respondía algo así como que temía más por lo que pasaría si en lugar de eso, sus hijos salían feos como él e inteligentes como ella. Quizá ambos sean tópicos como casas, pero lo cierto es que Kate Moss no me parece una excepción, sino más bien todo lo contrario.

Hace unos días terminé un reportaje televisivo sobre la moda y la responsabilidad social que subyace tras ella y, sinceramente, me ha servido para volver a darme cuenta (digo volver porque no me descubre nada nuevo) de cuán superficial es el mundo en el que vivimos. ¿Por qué ensalzamos tanto ciertos estereotipos que potencian la belleza física, y despreciamos otros que potencian la intelectual?

Por desgracia, vivimos en una sociedad en la que lo bonito triunfa frente a lo funcional. Lo mismo se aplica a las personas. Hace poco, cierto director artístico de pasarelas y ex modelo, me dijo algo así como que vivimos en la sociedad del “culto al cuerpo”. Hemos sustituido los antiguos valores clásicos del saber por encima de todo (afortunadamente, también los religiosos medievales) por el valor de lo visual, en el sentido más amplio de la palabra. Las Kate Mosses de turno: bellezones, en su mayoría descerebrados e insulsos (y, para más inri, drogadictos) son nuestro modelo, nuestro referente de éxito.

No quiere decir esto que todos tengamos envidia de Kate Moss, sino que, por desgracia, (y en esto soy un poco “determinista”) todos tenemos una pequeña Kate Moss dentro desde que nacemos, impuesta por nuestro propio entorno, por la sociedad en la que crecemos y maduramos, donde nos formamos como personas. Solamente varía el tamaño de nuestra Chiqui-Kate, pero las hay de todos los tipos y variedades. En el fondo, acaban triunfando más aquellos que nos entran primero por el ojo, a pesar de que nos autoconvenzamos de que la fachada no es lo más importante, y que debemos ir más allá.

Para mí Kate Moss no es sino una percha más. Quizá una percha más equilibrada, mejor pulida o de un color más chillón, pero una percha al fin y al cabo. Lo importante no es el continente, sino el contenido. Es más, lo importante es el creador intelectual del contenido, a pesar de que es más visual el continente bonito, y también es más conocido (o quizá reconocido).

Ya no hablemos de la basura visual que consumimos a diario: anuncios, productos televisivos, cinematográficos, desfiles de moda… Todo dirigido a lo mismo: la clave del éxito está en estar (ahora cada vez más vale con sentirse) estupendo/a físicamente (especifico porque los hombres también se han subido al carro).

Pero, ¿y qué pasa con los demás? Está claro que siendo del montón y no destacando visualmente no llegarás a ningún sitio, pero aún me aferro a la esperanza del valor utópico del intelecto. Personalmente (y suena a tópico, pero quienes me conocen saben que es así), prefiero compartir mi tiempo con una persona interesante con la que poder hablar libremente de todas mis inquietudes, sin límites, que un bellezón de piedra. ¿Quién es la bella y quién la bestia?

Camaleón

El otro día llegó mi compañera de piso culturizándome, para variar: “¿Has visto Zelig?”, me soltó como una bomba, y a mí, que el nombre no me sonaba muy diferente del de algún producto de limpieza, me dejó por un momento desubicada, sin saber muy bien si se refería a una película nueva, o alguna suerte de personajillo extraño de dibujos animados (vaya, por decir algo). Ante mi cara de “¿ueao?” añadió: “Sí, una especie de documental de Woody Allen. ¿No te suena?” Touché. Y yo que creía que era fan de Woody Allen, y más o menos, conocía sus películas (o al menos era capaz de distinguirlas de un producto de limpieza)…

¡Y ya está: mordí el anzuelo! Me picó el gusanillo de saber qué era aquello que a mi compañera le parecía tan interesante y original (además de divertido: la tía se lo pasaba pipa ella sola). Y la curiosidad mató al gato. Bueno, en este caso al camaleón. Pasé los primeros minutos de película completamente descolocada ante aquello que veía: tenía formato de documental de los que a mí me gustan (en blanco y negro), pero hablaba de algo muy extraño. Era un hombre con la capacidad de transformarse en aquel al que se acerca.

Por unos momentos pensé que se trataba de un documental (sobre algún caso insólito, eso sí), hasta que Woody Allen hizo su aparición estelar como camaleón. En ese momento resolví que mis conocimientos sobre el director me daban como para saber que no se trata de un bicho raro (al menos no en el sentido literal de la expresión) y que, por tanto, no podía ser real.

Conociendo a Woody Allen, supuse que la solución a mis enigmas era simplemente que le había hecho gracia al hombre contar su historia en un formato diferente. Pero entonces apareció Susan Sontag y me rompió todos mis esquemas. ¿Cómo aparece una fotógrafa real tan importante como ella haciendo un Cameo en una peli woodyallenca? ¡Era de locos! A medida que le daba más vueltas, la cosa se salía más de madre. Al final, decidí que, puesto que nada tenía sentido, lo mejor era dejarme atrapar por las imágenes “aparentemente” antiguas y dañadas y la musiquilla pegadiza y animada de principios de siglo.

La película acabó: me gustó mucho, la verdad, pero me quedé pasmada y con la incógnita de saber qué había sido aquello en realidad. Fue, finalmente, José María Perceval, el que me sacó de mi duda aletargada, y no seré yo la que haga lo mismo con vosotros. Al menos no hasta que hayáis visto Zelig.


Puzzles y alpargatas

Ahora que se acerca el verano, lo que quiere decir vacaciones (o al menos no-estrés), estoy pensando qué voy a hacer con todo el tiempo que ahora lleno de cosas a presión y que de aquí a un par de semanas me va a sobrar. Me están entrando ganas de hacer un puzzle de estos grandotes en los que te dejas los ojos y no se acaban nunca, pero que te enfrascan durante horas y horas, y que después te hacen sentir orgullosa por conseguir acabarlos.

Sé que tengo uno: mi madre me lo regaló hace un par de navidades, pasó mucho mucho tiempo cogiendo polvo en la mesa del comedor, hasta que acabó terminándolo una amiga en los ratos que pasó en mi casa el verano pasado. Mi madre, que me conoce bien, apareció un buen día con el que durante mucho tiempo ha sido mi cuadro favorito, debajo del brazo: El Jardín de las Delicias, de El Bosco.












No sé por qué, pero siempre me ha encantado este tríptico. Será el abarrotamiento recargado de las tres escenas, el detalle de las miniaturas, el colorido, la luz o las pequeñas pinceladas, lo que me atrae enormemente desde que lo vi por primera vez. Aunque yo creo que es más bien el surrealismo de las escenas, colocadas desordenada, pero a la vez ordenadísimamente para darle un extraño sentido a la composición y un ritmo trepidante de bacanal onírica.
Casi una obra de artesanía, el trabajo de chinos de El Bosco. Pero hay artesanía y artesanía. No me refiero a la clase de artesanía de hacer una alpargata que, por cierto, no entiendo cómo una cosa tan mundana puede llegar a convertirse en algo tan trendy. ¡Tiene narices que hace un par de años la alpargata fuera la “prenda del verano”! Era imprescindible tener al menos un par en tu fondo de armario, o mejor dicho, en la superficie. Yo no sabía si gastarme una pasta en unas chupi-alpargatas recién “reestrenadas” en el mercado, cogerle a mi padre las suyas de estar por casa o bajar a la puerta de la calle y comprar un par recién hechito por las mujeres que llevan toda la vida cosiendo suelas en el mismo banco.


Para qué engañaros, yo veo un poco kitsch esto de la alpargata, así que al final opté y seguramente seguiré haciéndolo en el futuro (aunque nunca se puede decir de este agua no beberé ni este cura no es mi padre) por dejarle las alpargatas a otros y seguir yo con mis sandalias de toda la vida.

Nocilla a cucharadas

Llamadme inculta, pero a mí éstos de la nocilla me parecen una panda de modernos. Perdón, me refería a la “Generación Nocilla”, este conjunto de escritores treintañeros (largos) pelanillas (aunque muchos de ellos, medio calvos), que hacen cosas psicodélicas con las palabras.

Reconozco desde ya que no he sido capaz de leer nada de esta gente, por lo que (aún) no estoy en condiciones de criticar su obra. Sin embargo, sí he buscado cierta información, por esto de ver un poco cómo está el tema, y de primeras no son mi tipo.

Tengo la sensación de que son un poco vanguardistas trasnochados, y además algo así como critico a la sociedad “pop”, consumista de masas, etc etc, pero en el fondo vivo en ella y soy más guay que todos vosotros porque soy un “friki”. Eso sí, un friki muy educado, (en el sentido de instruido: muchos de ellos son personas normales y cultas: literatos, periodistas o incluso profesores de universidad, como Jorge Carrión o Javier Calvo, licenciado éste último en mi misma casa), muy bien vestidito (a mi manera, claro, destacando bien), y que hace cosas raras (más bien anacrónicas, o sacadas de contexto) como comer Nocilla.

Seguramente es sólo una impresión a primera vista, sin conocimiento de causa y, quién sabe, quizá equivocada, pero veo a esta “generación”, como algunos se autodenominan, un tanto forzadilla. Tanto como comer Nocilla a cucharadas.

Try again

Lo confieso: no soy muy de revistas. Ya de más pequeña, cuando mis amigas leían la Superpop (luego se pasaron a la Loka), yo pasaba del tema. Veía de una estupidez soberana el gastar dinero (para mi pobre paga de entonces era un gran derroche) en estas cosas de chicas estúpidas. Aunque sí es cierto que si no leías la Superpop (o alguien te lo contaba) estabas perdida en el recreo del Instituto.

Aun así, yo prefería cogerme un libro y pasar las horas muertas con él (aunque también reconozco que tampoco tenía tantas: entonces andaba aún pluriempleada entre las diversas clases de música, las bandas y banditas, y la gimnasia rítmica). Tampoco se me ocurrió entonces la Superpop por otra revista algo más productiva, por ejemplo, cambiar a los chicos por el cine.

No fue hasta llegar a la Facultad de Comunicación cuando caí en la cuenta de que las revistas no sólo existen, sino que son un mercado importante. Me forcé a conocer un poco más alguna, pero de momento no ha dado mucho resultado. Lo triste es que, a medida que avanza la carrera, me doy más cuenta de que la mayoría no están para nada bien escritas (por no hablar de las faltas garrafales que tienen algunas), debido seguramente al perfil de sus trabajadores y a sus rutinas de trabajo.

En general, pocas dicen algo más allá de un puñado de intereses comerciales. No digo que no lo hagan: de algo tienen que vivir, pero digo que van a “lo fácil”, para no tener que “perder el tiempo” en ir mucho más allá a buscar información. Muchas veces es simplemente cuestión de falta de tiempo y personal, pero eso es otro tema.

Sobre mi experiencia como lectora, algunas veces he leído la Fotogramas, con la esperanza de colmar mis ansias de saber más de cine, pero creo que mis ansias se quedaron con las ganas. Primero porque, ilusa de mí, esperaba encontrar una revista con mucha información, o sea, mucha letra, y en lugar de eso me topé con un formato explosivo cuya finalidad principal, no podía ser de otra manera, es llamar la atención: grandes titulares impactantes (muchas veces rayando el sensacionalismo); enormes fotos de las películas hollywoodienses que pisan la cartelera no sólo fuerte, sino rebosantes de presupuesto; colorinchis y, sobre todo, que no falte, chismorreos banales.

El tema de la publicidad merece un punto y aparte, pero no os voy a contar nada que no sepáis ya. ¿Qué esperáis de una revista popular que llega a un gran público y muy variado, con tirada internacional y, además, una longeva vida de más de medio siglo? Sus páginas son un desfile de estrenos comerciales recién horneaditos y listos sobre el mostrador, esperando a venderse como rosquillas. Olvidaos de interesantes películas independientes, y nada de bajo presupuesto (bueno sí, de vez en cuando alguna “menos rara”, para poder decir que también hablan de “cosas frikis”), y por supuesto olvidaos de todo lo que esté más allá de Hollywood y, bueno, si me apuras, incluida también Europa (por esto de que la revista tiene ascendencia francesa y tienen que venderla aquí).

Sí, lo sé, he ido a la peor revista para encontrar lo que buscaba: hay muchas otras interesantes (o al menos más que esta), como la Cahiers du cinema, pero, por alguna razón, no terminan de convencerme. En fin, seguro que hay un mundo más allá de mis narices y que, por supuesto, aún no conozco. Como dicen los caramelos con sorpresa: Try again. Creo que seguiré intentándolo.

lunes, 31 de mayo de 2010

The Baseballs

Tengo un amigo que siempre que salimos a tomar un café pasa la tarde diciendo: “¡Ay, qué bonita es esta canción!”, suene lo que suene, casi, en ese momento. Hace unos días estábamos tomando algo cuando, para variar, dijo aquello de “he escuchado una canción más bonita…”. Yo ya tenía preparada mi frase de “sí, Óscar, sí, como todas”, cuando me interrumpió con su voz (que en ningún momento había dejado de hablar) y me sorprendió con una de mis palabras mágicas: “es así como de los años 50

¡Clin! Cambio de chip… El grupo en cuestión eran los Baseballs, unos alemanes que, por lo visto, están pegando fuerte en su país haciendo versiones “rock&rolleras” de canciones actuales súper conocidas.

Aquí os dejo un ejemplo de una de las versiones más famosas que aparecen en su disco Strikes (la de la Umbrella de Rihana). Hay otras muchas que, como esta, no valen nada en su versión original pero que, en este formato son, por lo menos, animadillas.

Lo reconozco, Óscar, esta vez sí: tu grupo ha hecho que algunas canciones que odiaba a muerte sean, cuando menos, agradables de escuchar.

Quid pro quo

Pasando un rato en este rinconcito personal mío, lleno de cómodos cojincitos músico-visuales sobre los que dejar correr el tiempo hablando con amigos de cosas interesantes (y otras, no tanto), me he dicho: “¡A ver si va a venir la SGAE a cerrarte el chiringuito!” ¿Qué iba a ser de mi obra de arte si al pobre Freddy le da por levantarse a reclamar lo que era suyo? ¿Y si al graffitero espontáneo de mi pueblo le da por cobrar un canon cada vez que le pitan los oídos cuando el propietario de la fachada en cuestión descubre su regalito? ¿Cómo voy a protestar por la GO si su autor me denuncia por plagio?

Menos mal que algunos de los artistas invitados a esta fiesta no se quejan demasiado. Es más, me han cedido sus derechos para reproducir su obra a mi antojo. ¿Ceder? Mejor dejémoslo en un quid pro quo (o como diría alguno: “yo te doy, tú me das”). Ellos me dejan poner sus fotografías, hablar de sus artículos de opinión o exhibir sus esculturas, pero a cambio yo hablo bien de ellos (o, al menos, hablo). Sólo faltaba que encima tuviera que pagarles una y otra vez, algo así como por cada vez que alguien visita mi blog (en ese caso, no creo que me arruine), como pretenden los máximos defensores de este maravilloso “ángel de la guarda” de los artistas (especialmente de aquellos que han escrito una canción en su vida y todavía la están vendiendo), que es la SGAE

Hablando de vender, comprar y PAGAR, me han dicho que varios de los organismos españoles encargados de la gestión de derechos van a unirse bajo el ala de la gran SGAE (igual han confundido el ala del buitre con el de la gallina de los huevos de oro… ¿Qué? Yo tampoco diferencio bien las aves…). Quizá a todas juntas se les ocurren mejores ideas para velar por la propiedad privada intelectual (por otro lado, en parte necesario realmente), por esto de que varias cabezas pensantes hacen más que una, aunque espero que esta reunión no sea como aquella en la que Europa se repartió toda África (1815) tranquilamente entre puro y puro: “Yo me quedo con los derechos de las descargas, tú con lo de las bodas y ése que se quede lo de las peluquerías”.

Hablando de esto, mirad, este vídeo sacado de un programa de Buenafuente en el que Ana Morgade pregunta a la SGAE qué tiene que hacer para que su peluquería sea legal (en cuanto a derechos de autor se refiere, claro)


Vídeo de Ana Morgade llamando a la SGAE


Ahora hace falta saber si Ana también alquilará las revistas a sus clientas para que las lean una y otra vez hasta que se gasten.

Yo no digo que no haya que proteger lo que tu mente pensante ha creado. Es más, afirmaría rotundamente que hay que hacerlo (de hecho, estaba pensando proponer que la Facultad me pagara unos derechos de autor por apropiarse de mis trabajos, que la verdad es que algunos ya son como mis hijos), pero algunas ocurrencias pasadas de vueltas ya rayan lo ridículo. Como dice un amigo trompetista: “Los músicos, que toquen”.

Periodismo 0

Hablando de burrerías, me parece una muy grande hacer generalizaciones. Y ya que la cosa va de topicazos, no puedo dejar de hablar de un caso que ya no es actualidad, pero que durante unos días revolucionó a los pueblerinos (según algunos) alfareños, entre ellos, a mí.

Una vez más, fue David, (que está en todo lo que tenga que ver con su adorado Alfaro, siempre al tanto para reivindicar sus derechos) el que me informó de la Gran Ofensa (a la que a partir de ahora denominaré GO). Normalmente, no entro al trapo de estos asuntos, pero esta vez me indignó personalmente, y por doble vía: como alfareña y como proyecto de periodista.

Intentaré haceros comprender el porqué de mi reacción ante la GO:

“Muchas veces las cosas en los pueblos se arreglan de este modo, a lo bestia, creyendo que se puede hacer y deshacer al antojo del cacique de turno. Sólo hay que ver las que pasaron dos compañeros y amigos esta semana en Alfaro”.

Esto es un recorte literal de un artículo publicado en el periódico digital Larioja2 a propósito de una trifulca que había tenido lugar en mi pueblerina ciudad un par de días antes. El asunto, a grandes rasgos, era: la vicepresidenta riojana, de Alfaro, fue condenada a arrancar unas viñas plantadas ilegalmente en el término municipal de la localidad riojabajeña. La consejera, cuya actuación ilegal no fue condenada en ningún momento por el ejecutivo regional por cierto, y que además no fue apoyada tampoco por su ciudad natal (al margen del pique partidista –Gobierno riojano = PP; Alcaldía alfareña = PSOE–) finalmente acató la sentencia. El anteriormente citado periódico envió a dos corresponsales al lugar donde debía comenzar el proceso de eliminación del viñedo, donde al encontrarse con los familiares de la susodicha, se enzarzaron en una trifulca verbal que acabó en las manos. Sí, hasta aquí estoy de acuerdo con los periodistas y reivindico su derecho a informar con libertad, sin sentirse coartados por el poder de la persona sobre la que se informa. Hasta aquí mi postura es totalmente a favor de los periodistas: denunciaron la agresión de los familiares de la consejera y reivindicaron su derecho a la libertad de expresión.

La GO llegó después: los periodistas aprovecharon el medio para el que trabajan para denunciar el altercado, y de paso denunciar cierto exceso de poder de algunos (hasta aquí correcto), pero se apoyaron en la tesis de la procedencia pueblerina “bestia” y “caciquil” de la vicepresidenta. Los alfareños (encabezados por David a través de su blog y de sucesivas convocatorias de protesta a través de redes sociales) protestaron por la generalización llevada a cabo por el periódico, que extendía el carácter violento a todos los ciudadanos alfareños, además de insinuar que todos apoyábamos a la señora que, según ellos, nos dominaba "caciquilmente".

Yo, entre ellos, me sentí en la obligación de expresar mi tristeza ante estos hechos ya que, como futura periodista que me considero, sentí pena por mi colectivo: muy mal visto en muchas ocasiones por la opinión pública. Y es que en casos como este todos salimos perdiendo (hablo ahora como informadora): por la falta de tacto y rigor profesional de algunos, y las ansias de hablar irreflexivamente, perdieron toda la razón que inicialmente tenían y, finalmente no sólo no se reprochó a la consejera su abuso de influencia, sino que su falta acabó quedando olvidada en un segundo o tercer plano, y sustituida por la ofensa directa de los periodistas al colectivo alfareño.

Finalmente, debido a la exigencia masiva insistente de un grupo de indignados alfareños, el periodista que comparó la batalla campal de Alfaro con el peligro de trabajar como corresponsal de guerra, acabó disculpándose con la boca muy pequeñita en su blog personal. Como siempre, la soberbia periodística, que camina por encima del bien y del mal, y a la que tanto le cuesta reconocer los propios errores, acabó a duras penas zanjando el polémico tema.

Una pena, realmente. Sensacionalismo 1, periodismo 0.

Pues y qué

He estado pensando (sí, a veces lo hago, cuando tengo tiempo –y de eso no abunda ahora especialmente- ) que David (el de los “Comentarios-parrafada-reflexivo-sentidos”) tiene razón: no hay por qué avergonzarse de ser de pueblo, ni mucho menos. La mala concepción que se tiene de nosotros no es más que un enorme TÓPICO.

Supongo que esto es una concepción heredada: los habitantes de los pueblos son unos incultos, por esto de vivir en “comunidades” más pequeñas y más alejados de los “centros de cultura” que son las ciudades (más que nada porque a más habitantes, más servicios, y por supuesto, dentro de estos servicios también los culturales). Pues la verdad es que en los pueblos es más probable no tener acceso a actividades culturales, al menos no una amplia y variada gama de posibilidades, pero quizá también por eso, lo poco que hay se aprovecha al máximo. ¿Convierte eso a la gente de pueblo en inculta? No precisamente. Incultos también los hay en las ciudades que, teniendo al alcance de su mano toda la oferta que puedan imaginar, no la saben exprimir. (Aunque tampoco afirmo un antitópico: ni todos los de ciudad son incultos, ni todos los de pueblo son cultísimos. Generalizar es odioso)

Yo misma creo que acabo sacándole más jugo a las poquitas opciones que de vez en cuando encuentro en mi pequeño pueblo (cuando David lea esto aclarará: “Alfaro no es un pueblo, tiene 10.000 habitantes y es ciudad histórica”), ya que se presentan en contadas ocasiones, mientras que cuando estoy en Barcelona, por eso de que siempre lo vas a tener a mano, voy dejándolo y dejándolo… Mi único vicio, que mi pueblo no me ofrece, ni creo que lo haga jamás, es el cine en versión original. Pero esto no es ninguna incultura de pueblo: en la city tampoco hay mucha gente que se deje caer por uno de estos cines (los guiris no cuentan).

Un ejemplo (ya está Sara con sus ejemplos): muchas personas no pisan el teatro ni por casualidad (bien es cierto que los precios tampoco animan demasiado). Sin embargo, muchas de las personas que no lo harían nunca de vivir en una ciudad, hacen cola desde horas insospechadas un día laborable para conseguir uno de los codiciados abonos para la Muestra Nacional de Teatro Cómicos, que se celebra anualmente en Alfaro durante varias semanas consecutivas. Si los de pueblo son unos incultos, no me parece muy factible que este ciclo teatral lleve 12 años en cartel. Pepe Viyuela, Gabino Diego, Montxo Borrajo, Millán Salcedo, Luis Miguel Seguí, Antonia Sanjuán, Ana Morgade, Berto Romero, Illana y un largo etc han pasado por nuestro “inculto” pueblo. ¡Qué cosas se le ocurren a los incultos!

Pero no sólo nos han llamado cazurros. Hay otra palabra mágica que suele acompañarla en estas ocasiones: brutos. Yo no sé qué imagen se tiene de los pueblos: ¡ni que estuviéramos todo el día levantando piedras y con la azada al hombro! (Personalmente, creo que no he cogido una azada en mi vida).

Por cierto, que cuando oigo estas denominaciones topiquísimas no puedo evitar pensar en un señor con boina y alpargatas, y, a ser posible, con una camisa de cuadros. ¿No os recuerda a ciertas tendencias actuales? Curiosa la moda, ¿no? ¡Qué gracia! Los catetos de pueblo marcamos tendencia. Pero de esto ya hablaré en otro momento.

viernes, 21 de mayo de 2010

Cá de Alfaro

¡Lo que son los pueblos! Vengo de pasar el fin de semana en el mío que, como no, costumbre que no puede faltar en ningún pueblo que se precie, eran fiestas. Esta vez le tocaba a San Isidro (pero vaya, que podía haber sido cualquier otro). Y, mirad por dónde, yo no sé si es que va a ser verdad eso de que “todo se pega menos la hermosura”, pero me he sorprendido a mí misma con un acento pueblerino que no creía propio de mí.
Tuvo que ser mi padre… precisamente él, al que tanto corrijo cuando le sale la vena alfareña, el que me recordara sutil, pero fastidiosamente, lo que acababa de soltar espontáneamente. El vecino bloqueaba (para variar) la puerta de la cochera (también llamada bajera, ambas muy utilizadas por allí) y, aun así, mi padre se las arregló para meter el coche. “¿¡Para qué le iba a decir nada de apartarlo, si seguro que están de comida de fiestas y ya van calentitos?!” “¡Cá! Pero están tan tranquilos ahí comiendo, y tú no has empotrado el coche de chiripa”. Mi padre y los dos amigos míos que lo habían presenciado todo me miraron como quien ve un platillo volante. “Emmm… Sara… ¿es verdad que has dicho ¡cá!?” Sí… Lo dije… Y lo reconozco: me salió del alma.





Camiseta con el lema "Cá de Alfaro" popularizada en las fiestas de San Isidro



¡Qué cosa es! Toda la vida renegando de “mi pueblo” y, sobre todo, de su forma de hablar “más de campo que un ribazo”, que dicen por allí, y ahora que llevo tres años fuera me descubro un “acentazo” marcado hasta límites insospechados en mí (tengo que decir en mi defensa que soy bastante moderada, si me comparo con la gente de allí). Aunque… ¡al menos no cometo faltas! O eso creía yo… Tuvo que venir uno del pueblo de al lado a decírmelo… (¡encima en Barcelona!)

Hasta entonces yo vivía feliz (y engañada) con mi palabra en la boca a todas horas. “Vamos a sentarnos a ese quizal”, le dije yo, pensando que hablábamos el mismo dialecto, por esto de la proximidad (a pesar de ser pueblos, perdón “ciudades”, enfrentados). Su cara de “me-está-hablando-en-chino-y-encima-se-inventa-palabras” me lo dijo todo. “¿Qué? ¿Tú tampoco sabes lo que es un quizal?” Media hora para hacerle entender a qué me refería, casi hasta ofendida porque otro riojano, al más puro estilo barcelonés, no entendiera mi idioma. “Pues nada, será cosa de Alfaro”, concluí. Y así zanjamos el tema.

Pero, para mi desgracia, (y digo desgracia porque a mí se me cayó un mito), el tema no acabó ahí. El chico tenía que saberlo todo… Se empeñó en buscar el significado de la palabra que yo tanto adoraba y él tanto desconocía y descubrí lo que me temía: no existe. Ahora sí que no podía dejar ahí la cosa, tenía que saber de dónde venía mi expresión porque, como casi todo, era imposible que hubiera surgido de la nada. Tenía que ser una degeneración de algo… ¡Eso es!: QUICIAL (Según la RAE: 1. Madero que asegura y afirma las puertas y ventanas por medio de pernios y bisagras, para que girando se abran y cierren. 2. Quicio de puertas y ventanas).

¡Mi gozo en un pozo! No sólo me inutilizaba una palabra esencial en el repertorio de mi vocabulario, sino que encima me tiraba por tierra todo un significado completo. Esas horas y horas de fin de semana con amigos sentados por los quizales de las casas… (cosas de adolescentes, para qué engañarnos) ¡de repente ya no tenían sentido! ¿Cómo se sienta uno en un quicial? “Os sentabais en los portales, querrás decir”, apuntó puntillosamente mi amigo para terminar de rematarme. Mi “sí” fue un poco flojo… A mí no me acababa de convencer la idea: “pero… un portal no es lo mismo que un quizal”. Y yo, “dale molino” (como diría uno de mis amigos de quizal) con la idea de que un quizal no es para nada un quicial, ni mucho menos un portal.

Creo que mi amigo me dejó por imposible: cosas del pueblo, renegaré toda la vida, pero a mi pueblo no me lo toques. ¡Ah! Y un quizal es un quizal, y lo será siempre. ¡Qué le vamos a hacer! Ojos que no ven, corazón que no siente.

Yo era muy feliz con mi palabra de significado exclusivo llenándome la boca. Qué atrevida es la ignorancia y qué felices somos en ella.

From my window

Ya que la cosa va de fotos, me gustaría pediros 5 minutos de vuestro tiempo para contribuir a un proyecto artístico que me parece muy interesante:

Id a buscar vuestra cámara de fotos (un minuto); preparadla con sumo cariño y disponeos a utilizarla (un minuto); con vuestra cámara en la mano acercaos a la ventana más cercana y tomaos vuestro tiempo para capturar lo que podéis ver desde ella, ¡ah! no olvidéis retratar el marco de la ventana además de sus vistas (dos minutos: uno para hacer la foto y otro más para mirarla varias veces hasta quedar satisfecho); finalmente volved con la cámara y, por supuesto, vuestra ventana inmortalizada y descargadla en el ordenador (un minuto más).



¡LISTO! Con tan solo unos minutillos (placenteros, diría yo) estaréis un pasito más cerca de participar en un proyecto fotográfico de gran calado. Lo que empezó siendo un experimento universitario en el que se trataba de conseguir que el máximo número de personas enviaran su peculiar visión del mundo desde su ventana, ha terminado por dar la vuelta al mundo y convertido en un proyecto interactivo en el que toda la comunidad internauta está invitada a participar. Es fácil, después de plasmar una imagen tan cotidiana y aparentemente banal, pero a la vez tan interesante y reveladora, sólo debes enviarla a desdemiventana2010@hotmail.com (añadiendo tu nombre y ciudad) y esperar a verla junto a centenares de particulares ventanitas del mundo From my window. Diferentes vistas de los cinco continentes desde una misma ventana, la que la fotógrafa Esperanza Sáenz abre cada día a los ojos del mundo from her own window.
*Todas las vistas en http://www.windowsandviews.blogspot.com

lunes, 10 de mayo de 2010

Agradable comidilla en las nubes

Estaba yo en una famosa tienda de pósters en Barcelona cuando apareció. Entonces me dije: “¡para mi hermana! No puede ser de nadie más”. Pasé rato y rato mirándolo hasta que finalmente decidí que no debía dejarme llevar por impulsos consumistas y me convencí de que aquello lo era. Pero, ¿sabéis lo que es sentirse atraído por algo, desecharlo, y continuar días y días sin poder quitártelo de la cabeza? Pues algo así hice yo. Más bien diría que pasaron semanas hasta que por fin volví a la tienda (eso sí, con la excusa de comprar un regalo, que todo hay que decirlo…). Y cayó… No lo pude remediar.


Vosotros diréis, “¡vaya tontería! Un póster más de los miles que han vendido como churros los actores (mejor dicho, productores y toda clase de buitres…) de otra más que popular serie norteamericana”. Pues sí, en el fondo no deja de ser eso. Pero me llamó la atención. Para empezar, visualmente me resulta muy atractivo. Por supuesto, nada más verlo me vino a la cabeza la imagen del famoso Lunch atop a skyscraper del no tan conocido Charles C. Ebbets (digo esto porque hasta 2003 la foto se adjudicaba a un tal “anónimo”). Qué queréis, me hizo gracia. Siempre me ha gustado esa foto, no me preguntéis por qué. Sin embargo, parece tan ficticia como el póster de mi hermana. Eso es lo que más me chocó cuando finalmente lo compré. No podía dejar de mirarlo y me dio por pensar en este razonable parecido de artificialidad.


Lunch atop a skyscraper, Charles C. Ebbets

Si esta foto hubiera sido tomada hoy, poca gente dudaría de que está hecha a golpe de Photoshop, como yo no dudé de la enorme pantalla de croma que había hecho las veces de fondo en el póster de nuestros friends. Pero ¿y en 1932? (concretamente, el 29 septiembre, desde el Rockefeller Center de Nueva York). ¿Cómo se las ingeniaría Ebbets para crear esta ilusión óptica tan perfecta? Porque me niego a creer que los obreros neoyorquinos del 32, por mucho que no estuvieran rodeados del “insistente” personal de riesgos laborales, almorzaran tranquilamente cada día sobre una viga a miles de metros sobre el suelo. Ya de paso, me niego a creer que después de su agradable comidilla en las nubes aprovecharan sus 10 minutillos de descanso para echarse una fresquita siestas a ras de cielo (digo fresquita porque desde una 70ª planta, algo de airecito fresco debe de correr. ¡Ríete tú de los que toman la fresca en la puerta de casa!)


Resting on a girder, Charles C. Ebbets
Son imágenes bonitas e impactantes, sí, (no niego el shock que debieron de producir cuando las publicó el New York Herald Tribune en los Estados Unidos convulsos de la época), pero es inevitable que a mí hoy me lleve a reflexionar. En primer lugar por aquella sociedad fácilmente impresionable (no muy diferente en esto a la de ahora, por cierto); pero también en lo irreal de las fotos importantes de entonces, así como las de ahora. Llámalo Photoshop, llámalo ilusión óptica, queramos o no la fotografía ha sido, es y será un truco visual en sí mismo. Hoy nos llevamos las manos a la cabeza por el uso masivo de los programas de retoque, pero lo cierto es que gran parte de las fotografías que han pasado a la Historia por la gran carga simbólica que acarrean fueron trucadas, “provocadas”, o directamente falsas.

Pero bueno, a mí no me importa. Yo contenta con la versión particular del skyscraper de mis friends, llena de photoshop (vamos, el Señor Photoshop en persona), aunque muy agradable para el sentido de la vista; y mi hermana feliz de la vida con el regalo de la “cosmopolita” de su hermana mayor. ¡El que no es feliz es porque no quiere!

domingo, 9 de mayo de 2010

Barcelona cultural

No podía acabar el fin de semana sin mencionar el festival de música antigua que ha inundado de buena música las calles del Barri Gòtic durante dos días. A aquellos que, como yo, hayáis podido disfrutarlo, creo que no hay nada más que os pueda decir, la música hablaba por sí misma. A los que tengáis que esperar un año para encontraros de nuevo inmersos en este ambiente espectacular, mezcla de rinconcitos recónditos con un encanto peculiar y magníficos músicos que trasladan a la época de la que datan las obras que interpretan, sólo puedo intentar transmitiros una sensación de satisfacción difícilmente superable. Fines de semana como este hacen que Barcelona merezca la pena. Delicada música en directo, entorno con Historia y buena compañía, ¿qué más se puede pedir?


Una cosa rara interpretando a Mozart. Fotografía de Borja García Mata

*Agradezco a esas personas con un sentido especial para aconsejarme cosas que valen la pena que, una vez más, lo hayan hecho. También a esa compañía que ha hecho que el tiempo pasara volando como notas musicales.

sábado, 8 de mayo de 2010

Inocencia animada

¿Quién no ha leído un cómic en su niñez? Por supuesto, yo también tenía mis favoritos: Astérix y Obélix y sus constantes palizas a los tontos romanos; Mortadelo y Filemón y sus disparatadas investigaciones; y, claro, Zipi y Zape.

Del primero, me llevo la frase de los galos que dice “sí que están locos estos romanos”, que aún hoy utilizo frecuentemente en mi habla coloquial, dando por supuesto que estos peculiares habitantes del único reducto que los romanos no pudieron conquistar son bien conocidos por el sentido común de los que me rodean. De los segundos, las ganas que me daban cuando era pequeña de tener la capacidad camaleónica que tenía Mortadelo y su facilidad para camuflarse y convertirse en quien quisiera ser; también el ansia por investigar tonterías de lo más absurdas. Y de los últimos, el sentido de la responsabilidad que yo tenía y que los gemelos no, y la tensión que me producía leer sus travesuras, siempre pensando que los iban a pillar, porque eso que hacían no estaba bien.

La verdad es que, cuando lo pienso ahora que soy mayor (aunque no mucho), todos ellos tenían una moraleja (como casi todo…). ¡Qué inocente era cuando me reía de los tontos de los romanos, que no se les ocurría que los astutos galos se la estaban jugando en sus narices, sin que ellos se dieran cuenta! Ahora veo lo que Astérix me quería decir: “más vale maña que fuerza”. Los romanos eran muchos, habían conquistado el mundo y creían que nadie podría pararles los pies. Pero yo entonces no sabía de Historia… Eran los malos y punto.


El caso de Mortadelo y Filemón es un poco distinto y prueba que un golpe de suerte lo puede tener hasta el más torpe. O, según se mire, que “todos los tontos tienen suerte”. Bien mirado, valía más la pena ser un despistado y hacer torpemente las cosas, caóticas y sin planificación porque total, aquellos que se esforzaban por llevar adelante su minucioso plan fríamente calculado siempre acababan perdiendo. Casi real como la vida misma… Ya puedes esforzarte en hacer las cosas bien, ponerles tiempo y dedicación, que al final siempre aparecerá alguien que con la mitad (de esfuerzo, ganas, etc etc) acabará teniendo una recompensa mayor. ¡Bienvenidos a nuestra sociedad de la ley del mínimo esfuerzo!

Y qué decir de Zipi y Zape, esos traviesos gemelos que desobedecían constantemente a todos sus superiores. Entonces me divertía ver cómo se buscaban la vida para salir de los líos en los que se metían todos los días, y yo, ya desde pequeña con el sentido de la responsabilidad demasiado desarrollado, me preguntaba cómo se podían hacer tan mal las cosas, con lo fácil que era para mí evitar meterme en demasiados líos. Ahora entiendo, incluso más que entonces, lo que significa transgredir las normas, y también entiendo lo que Escobar quería decir cada vez que castigaba a los hermanos por incumplir su deber: “el que siembra vientos, recoge tempestades”. Yo entonces no acababa de verlo claro, simplemente me preguntaba por qué siempre estaban metidos en líos (¡si es casi más difícil que no hacerlo!) e incluso me ponía nerviosa pensar que tarde o temprano les pillarían (para mí eran muy tontos de caer siempre en las mismas travesuras, aun sabiendo que no les traería nada bueno). Pero ahora me doy cuenta: pretendían inculcarnos (y no precisamente de una forma muy pedagógica) que las obligaciones son las que son, y si no las cumples te espera un castigo. Muy propio de la época… (el primer cómic de Zipi y Zape se publicó en 1948).

Aunque también hay cómics que no son precisamente para niños. Hoy tengo curiosidad por leer aquellos que entonces me acababan cansando o aburriendo, a pesar de que sus personajes y sus aventuras me resultaran atractivos. Me refiero ahora a Tintín. Éste es el ejemplo clarísimo de cómo un inocente cómic pude transmitir ideología descaradamente. Cuando cayó en mis manos mi primer Tintín, no me di cuenta de esto, pero entonces tampoco comprendía el mundo. ¿Cómo iba a saber qué era el terrorismo, por ejemplo, si yo misma vivía con el miedo de que ETA secuestrara a mis padres (una enfermera y un economista normales y corrientes) en cualquier momento?

Hoy creo que no vería estos cómics (sobre todo a Tintín) con los mismos ojos, y me resulta atractivo y muy interesante conocer el pensamiento de un tiempo, expresado a través de unas viñetas coloristas.


Os dejo por ahora, creo que me pasaré por la biblioteca.

viernes, 7 de mayo de 2010

¡Qué frikis podemos llegar a ser!

Tengo una teoría, y tiene que ver con mi uso particular de la palabra friki: creo que todos somos un poco frikis (y los artistas más que nadie). Yo creo que todos tenemos ese puntito raro, de obsesión por algo, gustos particulares y peculiares, comportamientos, actitudes… y eso nos hace especiales. El que dice que no es friki es el más friki de todos, y además es tonto, por creerse por encima de los demás por pensar que no tiene rarezas. ¿Cómo que no? Pues entonces eres un simple, y eso ya es raro, así que otro friki al saco.

Ahora bien, hay diferentes grados de frikeza: el que a los 16 años escucha música clásica y adora el cine de los años 50 (ejem…) es un friki (hay que ver lo que se considera normal hoy en día: salir, beber… el rollo de siempre), pero el que se hace llamar artista porque dibuja relojes que se escurren o penes gigantes; el que corta ojos con una navaja en una película; o el que se rompe los dedos en un intento de alargárselos más y tocar acordes imposibles al piano, es más friki todavía. Sí, todavía no me he vuelto loca, he querido decir lo que he dicho: Dalí, Buñuel y Schumann eran unos frikis. Pero que sean unos frikis, ¿significa que estaban locos?



La persistencia de la memoria. Salvador Dalí


El perro andaluz. Luis Buñuel


Hombre, locos, locos, no sé yo si eso estaría clínicamente probado (al menos no dentro de los cánones actuales). Simplemente hay algunos que desarrollan su grado de frikeza hasta límites insospechados en su obsesión por la dedicación absoluta a su pasión. Ya se sabe lo que dicen de los artistas, que son muy temperamentales. ¡Qué le vamos a hacer si son muy sentidos y todo se lo toman a pecho! Pero que no los comprendamos no significa que estén locos.

Aun así, yo me pregunto: ¿hay que estar un poco tocado para ser artista? Igual un poco sí. Hace falta pensar diferente al resto para hacer algo distinto, pero hay que estar un poco tarado para atreverse a ir más allá y proyectar hacia fuera lo que uno mismo siente por dentro, hacer de lo que para ti es arte un arte para todos. Aunque, bien pensado, hay que tener las cosas muy claras para convencer al resto de que aquello que tú haces es arte, digan lo que digan.

Y digo yo, entonces para entender las rarezas de un artista, ¿también hay que estar un poco tronado? Qué paradoja, ¿no? ¡A ver si va a resultar que el artista es el lúcido y los locos son los otros!

Vamos, lo que yo decía: que somos todos unos frikis.

You're my best friend

Hoy os propongo una performance. Sí, como lo leéis. La idea es sencilla: escuchad esta canción mientras miráis la fotografía. No penséis, no hagáis nada, sólo dejad volar vuestra imaginación durante 2 minutos y 50 segundos. Luego contadme vuestras impresiones, o al menos tomaos dos minutos más, relajaos y sonreíd.
Esto es ARTE
* Escultura de Esperanza Sáenz
Música de Queen

jueves, 6 de mayo de 2010

Mis disculpas

Quería disculparme por mi ausencia en el último mes, es lo que tienen las nuevas tecnologías: cuando van para delante son como un rayo, se escapan de las manos; pero cuando se tropiezan y se enredan con sus propios pies… ya se sabe, ¡al suelo!

martes, 30 de marzo de 2010

¡Qué cosas!

Hace poco me invitaron a la inauguración de una exposición benéfica llena de gente súper-chachi-guay. La intención era buena, la verdad, pero aquello más bien parecía un pase de modelos que una reunión de gente preocupada por arreglar un problema social. Como supongo que la gente está un poco perdida, me explico. Era una exposición de obras de arte donadas por diferentes pintores/escultores/fotógrafos/orfebres/etc/etc con el objetivo de venderlas e invertir el dinero en una importante fundación que lucha contra la anorexia. El organizador, un tío importante de la moda, realmente involucrado en esta lucha (él mismo ha sufrido en su propia familia este problemón) me invitó por mediación de su sobrina, a la que considero una amiga, y yo muy gustosamente acepté dejarme caer por aquella fiesta del glamour (aun sabiendo que nada tengo que ver con todas esas “personalidades”). Me vestí con mis mejores galas (teniendo incluso que pedir prestado un abrigo para la ocasión… ¡Qué triste!) y allí me presenté, de la mano de mi amiga, que en medio del cotarro estaba en su salsa. El resultado: curioso… No sabría ponerle otro adjetivo. Como un partido (eso sí, con unas equipaciones muy fashion por parte de todos los jugadores): por un lado, los responsables y trabajadores de la fundación contra los trastornos alimentarios, en su mayoría mujeres, ataviados con sus mejores galas (algo así como yo…), deseando vender todo, todo y todo; por el otro, los compradores: ricachones con dinero contante y sonante en el bolsillo dispuestos a ayudar a la causa. Y en medio, arbitrando, algunos de los artistas que donaban las obras, nerviosos perdidos por no ser los únicos en no vender. Total, un poti-poti de dorsales fashion entremezclados y compitiendo por una buena causa: ayudar a bastantes enfermos a costearse su tratamiento, arropar a la fundación, llevarse lo mejorcito para casa y enseñar cuál es el tuyo, hablar de política y hacer un poquito de campaña, estrenar ropita, tomar champán, ¡qué más da! Vaya, un partidazo para mis impresionables sentidos.

Pintadas

Difícil concepto el de arte urbano. Ahora que lo pienso… ¿qué es el arte urbano? Estoy buscando posibles definiciones y, de momento, me quedo con la de la omnipresente Wikipedia: “El término arte urbano o arte callejero, traducción de la expresión inglesa street art, describe todo el arte expresado en la calle, normalmente de manera ilegal”. Interesante… Según esto, y sobre todo por el efecto que provoca la palabra ilegal, es inevitable la asociación con otro término, este sí, bastante más claro: graffiti. Creo que no es necesario explicar qué es un graffiti, pero, ¿es arte?

¿Hay siempre detrás una intención de provocar emociones en el público? (más allá de maldecir a todos los familiares de aquel que pintarrajeó mi pared recién pintada). Puede, al menos para mí, que ésta sea la pregunta que podamos hacernos para saber si consideramos que un graffiti es arte o no. (Un inciso, lectores, si esto es arte, otro día os demostraré otro objeto que para mí es arte, pero eso será más adelante). Parece (a juzgar por las paredes de media España) que están de moda las pintadas (o graffitis, según cómo lo mires) de letras, y firmas, básicamente, en mi opinión, la expresión del yo ególatra. No creo que tengan otro propósito, a no ser que consideremos arte la redondez de las curvas de las letras o la combinación de colores de los sprays.

Sin embargo, otros graffiteros sí han pretendido algo más que ensuciar o pintar una pared blanquita que invita a ello (como cuando tenemos un boli en las manos y una hoja en blanco delante): han aprovechado un espacio gratuito y totalmente visible para gritar silenciosamente lo que muchos saben y pocos se atreven. Banksy, por ejemplo, el irreverente desconocido que ha abierto los ojos a más de uno con unos trazos espectaculares, además de provocadores. Me gustaría mostrar algunas de sus obras (sí, a lo que hace este señor sí lo considero arte). Vean la foto de su izquierda:


Además del valor iconográfico que, para mí, tiene este graffiti, el objetivo es realmente significativo: provocación. También encuentro muy provocadora la siguiente imagen, que además, a mi parecer, es una crítica al abuso de la autoridad, algo así como el que persigue al tramposo es el más tramposo en realidad. Por no hablar de la ilusión óptica que genera encontrar esta imagen a tamaño real junto al peatón en una calle.
Además, Banksy tiene otros graffitis que pretenden hacer una denuncia clara de nuestra sociedad prepotente y egocéntrica, que arrasa con lo que encuentra a su paso con tal de conseguir su beneficio personal y el máximo placer posible, a costa de lo que sea. Por ejemplo, la siguiente imagen:

Miren la obesidad de estos opulentos turistas, más preocupados por la foto que enseñarán al volver a su país (Estados Unidos, seguramente, pero en realidad podría ser cualquier país occidental), que por conocer los intríngulis del lugar que visitan. ¡Qué bonito les va a quedar decir que han hecho un viaje en el carromato típico de X país! (sin preocuparse lo más mínimo por el hecho de que es la única forma de transporte que tienen allí, o que es su modo de vida y no una atracción de parque temático) ¡Qué pintoresco, oye! Y miren cómo un pobre niño arrastra laboriosamente a esta pareja de gordos turistas (la cursiva es intencionada: lo digo con desprecio. Hay varias formas de conocer lo que hay más allá de tus narices: una forma es tratar de integrarse en el lugar que quieres conocer, preguntar, saber, leer mucho, conocer a sus gentes; la otra, hacer turismo al más puro estilo Banksy). Observen también el color de este graffiti: ¿creen acaso que el colorinchi de los turistas, frente al blanco y negro del pobre niño es algo casual? Por no hablar de las ropas de unos y otros (¿se han fijado en el polito de Lacoste que lleva el señor turista?), las gafas o la tecnología de última generación.

¿Y qué me dicen de la “chacha” que esconde toda la mierda de este mundo detrás de una fachada bonita? Poco más puedo decir de esta imagen –una de mis favoritas de Banksy– que dice mucho más que mil palabras.

De todas formas, es curioso: mientras algunos graffitis, (a pesar de ser políticamente incorrectos como los de Banksy), son aceptados e incluso considerados obras de arte de vanguardia por su carácter rupturista y su afán de denuncia, otros siguen siendo tachados de pintadas. Ya que estamos, les presento también la otra cara de la moneda.

Este dibujo de trazos simples (me refiero a los circulitos, no a todo el conjunto) es el más repetido desde hace unos meses en las paredes de mi ciudad natal en La Rioja. Se ha dicho de todo sobre estas pintadas, naturalmente. Y como una ciudad pequeña es lo que es, y nos conocemos todos, por supuesto se sabe quién es el autor de la obra, hasta donde llega mi información, no se sabe si cuerdo o no completamente. Como ocurre con estas cosas, se ha llegado a decir de todo. Sobre el artista no comento; sobre la obra hay múltiples interpretaciones. Unos dicen que son piedras, vete tú a saber de dónde: un muro quizá por las pintadas de las paredes, piedras de un camino tal vez, por los dibujos de las aceras. Otros dicen que él mismo afirmó que son burbujas que suben al cielo. Qué quieren decir, no se sabe, y por qué su consciente (o subconsciente) siempre dibuja el mismo motivo también es un misterio. Pero es curiosa la manera de tratarlo: para él supongo que será arte, mientras que para los demás es el chiflado de las burbujas. Y no deja de ser interesante tampoco la comparación con el caso anterior de Banksy: uno es un artista, el otro un vándalo.

La única conclusión que extraigo de todo esto es que arte es todo lo que uno quiera que sea arte, lo único necesario es hacerse respetar (para lo cual es necesario tener el poder para hacerse valer) o de lo contrario no serás más que un tarado incomprendido (por cierto, propongo esta última reflexión para otra entrada futura).

Al fin y al cabo, arte puede ser todo, siempre y cuando uno se lo crea. Se lo demostraré…

domingo, 7 de marzo de 2010

Con Pe de tóPico

A tan solo unas horas de la gran ceremonia de entrega de los premios más valorados del cine mundial (más que nada porque los concede el país con mayor industria cinematográfica de Occidente y, por tanto, -esto, como en otras tantas cosas– se cree en la obligación de adoctrinar al mundo), cabe preguntarse si una de estas codiciadas estatuillas cruzará de nuevo el Atlántico para establecerse en tierras ibéricas (aunque la respuesta parece obvia, pero al fin y al cabo la esperanza es lo último que se pierde, ¿no?). Y digo en tierras ibéricas (no se piensen que es casual…) porque de ahí es de donde creen los americanitos que viene nuestra internacionalizada Penélope Cruz: del pueblo ibérico enraizado que se supone que son todos los habitantes de esas tierras folclóricas, alegres y holgazanas en el fondo, ya que si pasamos el día (y la noche, que todo hay que decirlo) de fiesta, ¿cuándo trabajamos los españolitos? (¿o debería decir ibéricos de pura cepa?).

La verdad es que no les culpo, pobres: es lo que llevamos años haciéndoles creer. Lo typical spanish triunfa, señores. El sol, la playa, el moreno ya de paso; los chiringuitos, el ambiente de fiesta continua, las palmas y las guitarritas; el olé olé y los toros, la sevillana por supuesto; la comida, cómo no: las tapas por excelencia, jamón serrano, paella, tortilla de patata (aquí sí les tengo que dar la razón) y un larguísimo etcétera que los turistas (vamos a llamarles así, respetuosamente y metiéndolos a todos en el mismo saco, ya que hablamos de tópicos) creen que son las cotizadísimas tierras españolas. Ya desde que al señor (por decir algo) Francisco Franco se le ocurrió crear el Ministerio de Información y Turismo para potenciar lo que hoy llamamos Spain is different empezó este repentino interés por lo folclórico de la España profunda, que no digo que no tenga sus cosas buenas, en cuanto a unión de las gentes y sentimiento de identidad común y tradición, pero que sacado de quicio desemboca en el topicazo del que todos nos quejamos (aparentemente) por lo que nos consideran y que realmente no somos.



Y digo yo, si todos nos quejamos de que nos pintan (siguiendo con Hollywood) como personas festeras por demás y remolonas, por un lado, así como exóticas, apasionadas y ardientes por el otro, (interesante imagen la del amante latino, vamos, que debemos de ser lo que a medio mundo le gustaría tener en su cama cada noche), ¿por qué seguimos potenciando esa imagen? Creo que aquí es donde nos duele… ¿Por qué cambiar algo que funciona? Al fin y al cabo, el turismo (de extranjeros en nuestro país, me refiero) ha hecho equilibrar durante años nuestra balanza económica con el exterior (hablo de las últimas décadas, el periodo actual es raro, dejémoslo ahí). El asunto es: si la imagen de esta España atrae, por qué no proyectarla en la esfera del cine y con nuestros actores más “latinos”.


Penélope Cruz no es la primera, ni será la última en representar el prototipo de española guapísima y apasionada en Hollywood, igual que lo hace desde hace años Antonio Banderas, o más recientemente Javier Bardem (por cierto, cuyo supuesto noviazgo con nuestra Pe es ya el colmo de lo typical spanish que gusta al otro lado del charco). Aunque, en último término, la única que va a sufrir en sus propias carnes el negocio del jamón de jabugo exportado al país de las oportunidades será la propia Pe, que acabará cautivando a los norteamericanos por su toque de tópico español, (a saber: morenaza espectacular, acento totalmente español, gracia y simpatía), más que por su maestría sobre las tablas, más o menos discutida según la película: una pena. Lo confieso: me cae bien esta chica. Por no hablar de su encanto natural e innato (al cual su pobre hermana nunca podrá aspirar, dicho sea de paso…).

Precisamente por esto me molesta especialmente el mal uso que hacen de ella en Hollywood (películas de las cuales ni merece la pena hablar). La culpa, seguramente, no es suya, sino de la industria y la espiral cerrada en la que se mueve, que encasilla a los actores, directores, y hasta al chiquito de los cafés. Ciertamente hay un abismo entre esto y sus papeles en el cine español, resumidos con un único nombre y en mayúsculas: PEDRO ALMODÓVAR. De los cuales para mí destaca especialmente Todo sobre mi madre.




Volviendo a la que será la imitación de la gran noche de su vida, es decir, esta noche, la entrega de los Premios Oscar en la que Penélope Cruz está nominada por su papel en Nine, igual que lo estuvo el año pasado con Vicky Cristina Barcelona (solo que entonces lo ganó merecidísimamente, y esta noche lo tiene crudo), veremos qué opinión merece para el amplio público su desfile por la alfombra roja. ¿Cautivará como el pasado año con un Balmain? ¿Un Versace, quizá? ¿O se pondrá un vestido de sevillana?

domingo, 21 de febrero de 2010

Bienvenidos, lectores

Me presento como una futura periodista convencida e ilusionada, sobre todo interesada en la cultura. Éste será a partir de ahora un espacio para expresar y compartir opiniones sobre temas culturales, que espero os resulten interesantes, queridos lectores. Todas vuestras opiniones serán muy bienvenidas, así que os saludo y os doy la bienvenida a mi pequeño cajón de sastre de la cultura.