He estado pensando (sí, a veces lo hago, cuando tengo tiempo –y de eso no abunda ahora especialmente- ) que David (el de los “Comentarios-parrafada-reflexivo-sentidos”) tiene razón: no hay por qué avergonzarse de ser de pueblo, ni mucho menos. La mala concepción que se tiene de nosotros no es más que un enorme TÓPICO.
Supongo que esto es una concepción heredada: los habitantes de los pueblos son unos incultos, por esto de vivir en “comunidades” más pequeñas y más alejados de los “centros de cultura” que son las ciudades (más que nada porque a más habitantes, más servicios, y por supuesto, dentro de estos servicios también los culturales). Pues la verdad es que en los pueblos es más probable no tener acceso a actividades culturales, al menos no una amplia y variada gama de posibilidades, pero quizá también por eso, lo poco que hay se aprovecha al máximo. ¿Convierte eso a la gente de pueblo en inculta? No precisamente. Incultos también los hay en las ciudades que, teniendo al alcance de su mano toda la oferta que puedan imaginar, no la saben exprimir. (Aunque tampoco afirmo un antitópico: ni todos los de ciudad son incultos, ni todos los de pueblo son cultísimos. Generalizar es odioso)
Yo misma creo que acabo sacándole más jugo a las poquitas opciones que de vez en cuando encuentro en mi pequeño pueblo (cuando David lea esto aclarará: “Alfaro no es un pueblo, tiene 10.000 habitantes y es ciudad histórica”), ya que se presentan en contadas ocasiones, mientras que cuando estoy en Barcelona, por eso de que siempre lo vas a tener a mano, voy dejándolo y dejándolo… Mi único vicio, que mi pueblo no me ofrece, ni creo que lo haga jamás, es el cine en versión original. Pero esto no es ninguna incultura de pueblo: en la city tampoco hay mucha gente que se deje caer por uno de estos cines (los guiris no cuentan).
Un ejemplo (ya está Sara con sus ejemplos): muchas personas no pisan el teatro ni por casualidad (bien es cierto que los precios tampoco animan demasiado). Sin embargo, muchas de las personas que no lo harían nunca de vivir en una ciudad, hacen cola desde horas insospechadas un día laborable para conseguir uno de los codiciados abonos para la Muestra Nacional de Teatro Cómicos, que se celebra anualmente en Alfaro durante varias semanas consecutivas. Si los de pueblo son unos incultos, no me parece muy factible que este ciclo teatral lleve 12 años en cartel. Pepe Viyuela, Gabino Diego, Montxo Borrajo, Millán Salcedo, Luis Miguel Seguí, Antonia Sanjuán, Ana Morgade, Berto Romero, Illana y un largo etc han pasado por nuestro “inculto” pueblo. ¡Qué cosas se le ocurren a los incultos!
Pero no sólo nos han llamado cazurros. Hay otra palabra mágica que suele acompañarla en estas ocasiones: brutos. Yo no sé qué imagen se tiene de los pueblos: ¡ni que estuviéramos todo el día levantando piedras y con la azada al hombro! (Personalmente, creo que no he cogido una azada en mi vida).
Supongo que esto es una concepción heredada: los habitantes de los pueblos son unos incultos, por esto de vivir en “comunidades” más pequeñas y más alejados de los “centros de cultura” que son las ciudades (más que nada porque a más habitantes, más servicios, y por supuesto, dentro de estos servicios también los culturales). Pues la verdad es que en los pueblos es más probable no tener acceso a actividades culturales, al menos no una amplia y variada gama de posibilidades, pero quizá también por eso, lo poco que hay se aprovecha al máximo. ¿Convierte eso a la gente de pueblo en inculta? No precisamente. Incultos también los hay en las ciudades que, teniendo al alcance de su mano toda la oferta que puedan imaginar, no la saben exprimir. (Aunque tampoco afirmo un antitópico: ni todos los de ciudad son incultos, ni todos los de pueblo son cultísimos. Generalizar es odioso)
Yo misma creo que acabo sacándole más jugo a las poquitas opciones que de vez en cuando encuentro en mi pequeño pueblo (cuando David lea esto aclarará: “Alfaro no es un pueblo, tiene 10.000 habitantes y es ciudad histórica”), ya que se presentan en contadas ocasiones, mientras que cuando estoy en Barcelona, por eso de que siempre lo vas a tener a mano, voy dejándolo y dejándolo… Mi único vicio, que mi pueblo no me ofrece, ni creo que lo haga jamás, es el cine en versión original. Pero esto no es ninguna incultura de pueblo: en la city tampoco hay mucha gente que se deje caer por uno de estos cines (los guiris no cuentan).
Un ejemplo (ya está Sara con sus ejemplos): muchas personas no pisan el teatro ni por casualidad (bien es cierto que los precios tampoco animan demasiado). Sin embargo, muchas de las personas que no lo harían nunca de vivir en una ciudad, hacen cola desde horas insospechadas un día laborable para conseguir uno de los codiciados abonos para la Muestra Nacional de Teatro Cómicos, que se celebra anualmente en Alfaro durante varias semanas consecutivas. Si los de pueblo son unos incultos, no me parece muy factible que este ciclo teatral lleve 12 años en cartel. Pepe Viyuela, Gabino Diego, Montxo Borrajo, Millán Salcedo, Luis Miguel Seguí, Antonia Sanjuán, Ana Morgade, Berto Romero, Illana y un largo etc han pasado por nuestro “inculto” pueblo. ¡Qué cosas se le ocurren a los incultos!
Pero no sólo nos han llamado cazurros. Hay otra palabra mágica que suele acompañarla en estas ocasiones: brutos. Yo no sé qué imagen se tiene de los pueblos: ¡ni que estuviéramos todo el día levantando piedras y con la azada al hombro! (Personalmente, creo que no he cogido una azada en mi vida).
Por cierto, que cuando oigo estas denominaciones topiquísimas no puedo evitar pensar en un señor con boina y alpargatas, y, a ser posible, con una camisa de cuadros. ¿No os recuerda a ciertas tendencias actuales? Curiosa la moda, ¿no? ¡Qué gracia! Los catetos de pueblo marcamos tendencia. Pero de esto ya hablaré en otro momento.
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