miércoles, 2 de junio de 2010

Puzzles y alpargatas

Ahora que se acerca el verano, lo que quiere decir vacaciones (o al menos no-estrés), estoy pensando qué voy a hacer con todo el tiempo que ahora lleno de cosas a presión y que de aquí a un par de semanas me va a sobrar. Me están entrando ganas de hacer un puzzle de estos grandotes en los que te dejas los ojos y no se acaban nunca, pero que te enfrascan durante horas y horas, y que después te hacen sentir orgullosa por conseguir acabarlos.

Sé que tengo uno: mi madre me lo regaló hace un par de navidades, pasó mucho mucho tiempo cogiendo polvo en la mesa del comedor, hasta que acabó terminándolo una amiga en los ratos que pasó en mi casa el verano pasado. Mi madre, que me conoce bien, apareció un buen día con el que durante mucho tiempo ha sido mi cuadro favorito, debajo del brazo: El Jardín de las Delicias, de El Bosco.












No sé por qué, pero siempre me ha encantado este tríptico. Será el abarrotamiento recargado de las tres escenas, el detalle de las miniaturas, el colorido, la luz o las pequeñas pinceladas, lo que me atrae enormemente desde que lo vi por primera vez. Aunque yo creo que es más bien el surrealismo de las escenas, colocadas desordenada, pero a la vez ordenadísimamente para darle un extraño sentido a la composición y un ritmo trepidante de bacanal onírica.
Casi una obra de artesanía, el trabajo de chinos de El Bosco. Pero hay artesanía y artesanía. No me refiero a la clase de artesanía de hacer una alpargata que, por cierto, no entiendo cómo una cosa tan mundana puede llegar a convertirse en algo tan trendy. ¡Tiene narices que hace un par de años la alpargata fuera la “prenda del verano”! Era imprescindible tener al menos un par en tu fondo de armario, o mejor dicho, en la superficie. Yo no sabía si gastarme una pasta en unas chupi-alpargatas recién “reestrenadas” en el mercado, cogerle a mi padre las suyas de estar por casa o bajar a la puerta de la calle y comprar un par recién hechito por las mujeres que llevan toda la vida cosiendo suelas en el mismo banco.


Para qué engañaros, yo veo un poco kitsch esto de la alpargata, así que al final opté y seguramente seguiré haciéndolo en el futuro (aunque nunca se puede decir de este agua no beberé ni este cura no es mi padre) por dejarle las alpargatas a otros y seguir yo con mis sandalias de toda la vida.

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