lunes, 31 de mayo de 2010

Periodismo 0

Hablando de burrerías, me parece una muy grande hacer generalizaciones. Y ya que la cosa va de topicazos, no puedo dejar de hablar de un caso que ya no es actualidad, pero que durante unos días revolucionó a los pueblerinos (según algunos) alfareños, entre ellos, a mí.

Una vez más, fue David, (que está en todo lo que tenga que ver con su adorado Alfaro, siempre al tanto para reivindicar sus derechos) el que me informó de la Gran Ofensa (a la que a partir de ahora denominaré GO). Normalmente, no entro al trapo de estos asuntos, pero esta vez me indignó personalmente, y por doble vía: como alfareña y como proyecto de periodista.

Intentaré haceros comprender el porqué de mi reacción ante la GO:

“Muchas veces las cosas en los pueblos se arreglan de este modo, a lo bestia, creyendo que se puede hacer y deshacer al antojo del cacique de turno. Sólo hay que ver las que pasaron dos compañeros y amigos esta semana en Alfaro”.

Esto es un recorte literal de un artículo publicado en el periódico digital Larioja2 a propósito de una trifulca que había tenido lugar en mi pueblerina ciudad un par de días antes. El asunto, a grandes rasgos, era: la vicepresidenta riojana, de Alfaro, fue condenada a arrancar unas viñas plantadas ilegalmente en el término municipal de la localidad riojabajeña. La consejera, cuya actuación ilegal no fue condenada en ningún momento por el ejecutivo regional por cierto, y que además no fue apoyada tampoco por su ciudad natal (al margen del pique partidista –Gobierno riojano = PP; Alcaldía alfareña = PSOE–) finalmente acató la sentencia. El anteriormente citado periódico envió a dos corresponsales al lugar donde debía comenzar el proceso de eliminación del viñedo, donde al encontrarse con los familiares de la susodicha, se enzarzaron en una trifulca verbal que acabó en las manos. Sí, hasta aquí estoy de acuerdo con los periodistas y reivindico su derecho a informar con libertad, sin sentirse coartados por el poder de la persona sobre la que se informa. Hasta aquí mi postura es totalmente a favor de los periodistas: denunciaron la agresión de los familiares de la consejera y reivindicaron su derecho a la libertad de expresión.

La GO llegó después: los periodistas aprovecharon el medio para el que trabajan para denunciar el altercado, y de paso denunciar cierto exceso de poder de algunos (hasta aquí correcto), pero se apoyaron en la tesis de la procedencia pueblerina “bestia” y “caciquil” de la vicepresidenta. Los alfareños (encabezados por David a través de su blog y de sucesivas convocatorias de protesta a través de redes sociales) protestaron por la generalización llevada a cabo por el periódico, que extendía el carácter violento a todos los ciudadanos alfareños, además de insinuar que todos apoyábamos a la señora que, según ellos, nos dominaba "caciquilmente".

Yo, entre ellos, me sentí en la obligación de expresar mi tristeza ante estos hechos ya que, como futura periodista que me considero, sentí pena por mi colectivo: muy mal visto en muchas ocasiones por la opinión pública. Y es que en casos como este todos salimos perdiendo (hablo ahora como informadora): por la falta de tacto y rigor profesional de algunos, y las ansias de hablar irreflexivamente, perdieron toda la razón que inicialmente tenían y, finalmente no sólo no se reprochó a la consejera su abuso de influencia, sino que su falta acabó quedando olvidada en un segundo o tercer plano, y sustituida por la ofensa directa de los periodistas al colectivo alfareño.

Finalmente, debido a la exigencia masiva insistente de un grupo de indignados alfareños, el periodista que comparó la batalla campal de Alfaro con el peligro de trabajar como corresponsal de guerra, acabó disculpándose con la boca muy pequeñita en su blog personal. Como siempre, la soberbia periodística, que camina por encima del bien y del mal, y a la que tanto le cuesta reconocer los propios errores, acabó a duras penas zanjando el polémico tema.

Una pena, realmente. Sensacionalismo 1, periodismo 0.

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