Pasando un rato en este rinconcito personal mío, lleno de cómodos cojincitos músico-visuales sobre los que dejar correr el tiempo hablando con amigos de cosas interesantes (y otras, no tanto), me he dicho: “¡A ver si va a venir la SGAE a cerrarte el chiringuito!” ¿Qué iba a ser de mi obra de arte si al pobre Freddy le da por levantarse a reclamar lo que era suyo? ¿Y si al graffitero espontáneo de mi pueblo le da por cobrar un canon cada vez que le pitan los oídos cuando el propietario de la fachada en cuestión descubre su regalito? ¿Cómo voy a protestar por la GO si su autor me denuncia por plagio?
Menos mal que algunos de los artistas invitados a esta fiesta no se quejan demasiado. Es más, me han cedido sus derechos para reproducir su obra a mi antojo. ¿Ceder? Mejor dejémoslo en un quid pro quo (o como diría alguno: “yo te doy, tú me das”). Ellos me dejan poner sus fotografías, hablar de sus artículos de opinión o exhibir sus esculturas, pero a cambio yo hablo bien de ellos (o, al menos, hablo). Sólo faltaba que encima tuviera que pagarles una y otra vez, algo así como por cada vez que alguien visita mi blog (en ese caso, no creo que me arruine), como pretenden los máximos defensores de este maravilloso “ángel de la guarda” de los artistas (especialmente de aquellos que han escrito una canción en su vida y todavía la están vendiendo), que es la SGAE
Hablando de vender, comprar y PAGAR, me han dicho que varios de los organismos españoles encargados de la gestión de derechos van a unirse bajo el ala de la gran SGAE (igual han confundido el ala del buitre con el de la gallina de los huevos de oro… ¿Qué? Yo tampoco diferencio bien las aves…). Quizá a todas juntas se les ocurren mejores ideas para velar por la propiedad privada intelectual (por otro lado, en parte necesario realmente), por esto de que varias cabezas pensantes hacen más que una, aunque espero que esta reunión no sea como aquella en la que Europa se repartió toda África (1815) tranquilamente entre puro y puro: “Yo me quedo con los derechos de las descargas, tú con lo de las bodas y ése que se quede lo de las peluquerías”.
Hablando de esto, mirad, este vídeo sacado de un programa de Buenafuente en el que Ana Morgade pregunta a la SGAE qué tiene que hacer para que su peluquería sea legal (en cuanto a derechos de autor se refiere, claro)
Vídeo de Ana Morgade llamando a la SGAE
Ahora hace falta saber si Ana también alquilará las revistas a sus clientas para que las lean una y otra vez hasta que se gasten.
Yo no digo que no haya que proteger lo que tu mente pensante ha creado. Es más, afirmaría rotundamente que hay que hacerlo (de hecho, estaba pensando proponer que la Facultad me pagara unos derechos de autor por apropiarse de mis trabajos, que la verdad es que algunos ya son como mis hijos), pero algunas ocurrencias pasadas de vueltas ya rayan lo ridículo. Como dice un amigo trompetista: “Los músicos, que toquen”.
Menos mal que algunos de los artistas invitados a esta fiesta no se quejan demasiado. Es más, me han cedido sus derechos para reproducir su obra a mi antojo. ¿Ceder? Mejor dejémoslo en un quid pro quo (o como diría alguno: “yo te doy, tú me das”). Ellos me dejan poner sus fotografías, hablar de sus artículos de opinión o exhibir sus esculturas, pero a cambio yo hablo bien de ellos (o, al menos, hablo). Sólo faltaba que encima tuviera que pagarles una y otra vez, algo así como por cada vez que alguien visita mi blog (en ese caso, no creo que me arruine), como pretenden los máximos defensores de este maravilloso “ángel de la guarda” de los artistas (especialmente de aquellos que han escrito una canción en su vida y todavía la están vendiendo), que es la SGAE
Hablando de vender, comprar y PAGAR, me han dicho que varios de los organismos españoles encargados de la gestión de derechos van a unirse bajo el ala de la gran SGAE (igual han confundido el ala del buitre con el de la gallina de los huevos de oro… ¿Qué? Yo tampoco diferencio bien las aves…). Quizá a todas juntas se les ocurren mejores ideas para velar por la propiedad privada intelectual (por otro lado, en parte necesario realmente), por esto de que varias cabezas pensantes hacen más que una, aunque espero que esta reunión no sea como aquella en la que Europa se repartió toda África (1815) tranquilamente entre puro y puro: “Yo me quedo con los derechos de las descargas, tú con lo de las bodas y ése que se quede lo de las peluquerías”.
Hablando de esto, mirad, este vídeo sacado de un programa de Buenafuente en el que Ana Morgade pregunta a la SGAE qué tiene que hacer para que su peluquería sea legal (en cuanto a derechos de autor se refiere, claro)
Vídeo de Ana Morgade llamando a la SGAE
Ahora hace falta saber si Ana también alquilará las revistas a sus clientas para que las lean una y otra vez hasta que se gasten.
Yo no digo que no haya que proteger lo que tu mente pensante ha creado. Es más, afirmaría rotundamente que hay que hacerlo (de hecho, estaba pensando proponer que la Facultad me pagara unos derechos de autor por apropiarse de mis trabajos, que la verdad es que algunos ya son como mis hijos), pero algunas ocurrencias pasadas de vueltas ya rayan lo ridículo. Como dice un amigo trompetista: “Los músicos, que toquen”.
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