sábado, 8 de mayo de 2010

Inocencia animada

¿Quién no ha leído un cómic en su niñez? Por supuesto, yo también tenía mis favoritos: Astérix y Obélix y sus constantes palizas a los tontos romanos; Mortadelo y Filemón y sus disparatadas investigaciones; y, claro, Zipi y Zape.

Del primero, me llevo la frase de los galos que dice “sí que están locos estos romanos”, que aún hoy utilizo frecuentemente en mi habla coloquial, dando por supuesto que estos peculiares habitantes del único reducto que los romanos no pudieron conquistar son bien conocidos por el sentido común de los que me rodean. De los segundos, las ganas que me daban cuando era pequeña de tener la capacidad camaleónica que tenía Mortadelo y su facilidad para camuflarse y convertirse en quien quisiera ser; también el ansia por investigar tonterías de lo más absurdas. Y de los últimos, el sentido de la responsabilidad que yo tenía y que los gemelos no, y la tensión que me producía leer sus travesuras, siempre pensando que los iban a pillar, porque eso que hacían no estaba bien.

La verdad es que, cuando lo pienso ahora que soy mayor (aunque no mucho), todos ellos tenían una moraleja (como casi todo…). ¡Qué inocente era cuando me reía de los tontos de los romanos, que no se les ocurría que los astutos galos se la estaban jugando en sus narices, sin que ellos se dieran cuenta! Ahora veo lo que Astérix me quería decir: “más vale maña que fuerza”. Los romanos eran muchos, habían conquistado el mundo y creían que nadie podría pararles los pies. Pero yo entonces no sabía de Historia… Eran los malos y punto.


El caso de Mortadelo y Filemón es un poco distinto y prueba que un golpe de suerte lo puede tener hasta el más torpe. O, según se mire, que “todos los tontos tienen suerte”. Bien mirado, valía más la pena ser un despistado y hacer torpemente las cosas, caóticas y sin planificación porque total, aquellos que se esforzaban por llevar adelante su minucioso plan fríamente calculado siempre acababan perdiendo. Casi real como la vida misma… Ya puedes esforzarte en hacer las cosas bien, ponerles tiempo y dedicación, que al final siempre aparecerá alguien que con la mitad (de esfuerzo, ganas, etc etc) acabará teniendo una recompensa mayor. ¡Bienvenidos a nuestra sociedad de la ley del mínimo esfuerzo!

Y qué decir de Zipi y Zape, esos traviesos gemelos que desobedecían constantemente a todos sus superiores. Entonces me divertía ver cómo se buscaban la vida para salir de los líos en los que se metían todos los días, y yo, ya desde pequeña con el sentido de la responsabilidad demasiado desarrollado, me preguntaba cómo se podían hacer tan mal las cosas, con lo fácil que era para mí evitar meterme en demasiados líos. Ahora entiendo, incluso más que entonces, lo que significa transgredir las normas, y también entiendo lo que Escobar quería decir cada vez que castigaba a los hermanos por incumplir su deber: “el que siembra vientos, recoge tempestades”. Yo entonces no acababa de verlo claro, simplemente me preguntaba por qué siempre estaban metidos en líos (¡si es casi más difícil que no hacerlo!) e incluso me ponía nerviosa pensar que tarde o temprano les pillarían (para mí eran muy tontos de caer siempre en las mismas travesuras, aun sabiendo que no les traería nada bueno). Pero ahora me doy cuenta: pretendían inculcarnos (y no precisamente de una forma muy pedagógica) que las obligaciones son las que son, y si no las cumples te espera un castigo. Muy propio de la época… (el primer cómic de Zipi y Zape se publicó en 1948).

Aunque también hay cómics que no son precisamente para niños. Hoy tengo curiosidad por leer aquellos que entonces me acababan cansando o aburriendo, a pesar de que sus personajes y sus aventuras me resultaran atractivos. Me refiero ahora a Tintín. Éste es el ejemplo clarísimo de cómo un inocente cómic pude transmitir ideología descaradamente. Cuando cayó en mis manos mi primer Tintín, no me di cuenta de esto, pero entonces tampoco comprendía el mundo. ¿Cómo iba a saber qué era el terrorismo, por ejemplo, si yo misma vivía con el miedo de que ETA secuestrara a mis padres (una enfermera y un economista normales y corrientes) en cualquier momento?

Hoy creo que no vería estos cómics (sobre todo a Tintín) con los mismos ojos, y me resulta atractivo y muy interesante conocer el pensamiento de un tiempo, expresado a través de unas viñetas coloristas.


Os dejo por ahora, creo que me pasaré por la biblioteca.

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