martes, 30 de marzo de 2010

¡Qué cosas!

Hace poco me invitaron a la inauguración de una exposición benéfica llena de gente súper-chachi-guay. La intención era buena, la verdad, pero aquello más bien parecía un pase de modelos que una reunión de gente preocupada por arreglar un problema social. Como supongo que la gente está un poco perdida, me explico. Era una exposición de obras de arte donadas por diferentes pintores/escultores/fotógrafos/orfebres/etc/etc con el objetivo de venderlas e invertir el dinero en una importante fundación que lucha contra la anorexia. El organizador, un tío importante de la moda, realmente involucrado en esta lucha (él mismo ha sufrido en su propia familia este problemón) me invitó por mediación de su sobrina, a la que considero una amiga, y yo muy gustosamente acepté dejarme caer por aquella fiesta del glamour (aun sabiendo que nada tengo que ver con todas esas “personalidades”). Me vestí con mis mejores galas (teniendo incluso que pedir prestado un abrigo para la ocasión… ¡Qué triste!) y allí me presenté, de la mano de mi amiga, que en medio del cotarro estaba en su salsa. El resultado: curioso… No sabría ponerle otro adjetivo. Como un partido (eso sí, con unas equipaciones muy fashion por parte de todos los jugadores): por un lado, los responsables y trabajadores de la fundación contra los trastornos alimentarios, en su mayoría mujeres, ataviados con sus mejores galas (algo así como yo…), deseando vender todo, todo y todo; por el otro, los compradores: ricachones con dinero contante y sonante en el bolsillo dispuestos a ayudar a la causa. Y en medio, arbitrando, algunos de los artistas que donaban las obras, nerviosos perdidos por no ser los únicos en no vender. Total, un poti-poti de dorsales fashion entremezclados y compitiendo por una buena causa: ayudar a bastantes enfermos a costearse su tratamiento, arropar a la fundación, llevarse lo mejorcito para casa y enseñar cuál es el tuyo, hablar de política y hacer un poquito de campaña, estrenar ropita, tomar champán, ¡qué más da! Vaya, un partidazo para mis impresionables sentidos.

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